Mediante la educación podemos llegar al camino de servidumbre y a la dependencia estatal, es decir, el socialismo. Bolsonaro lo sabe bien y desde el primer día de su mandato le hace la guerra al adoctrinamiento en las aulas de clase, reduciendo el financiamiento a investigaciones parasitarias, por ejemplo.
Por lo general, el ciudadano no sabe cómo llega la marea roja a su país y cree que fue de la noche a la mañana. Un ejemplo claro es Venezuela y su socialismo del siglo XXI que no llegó de golpe, sino que se germinó por 40 años antes de que Chávez afinara las tuercas con los lineamientos del Foro de Sao Paulo.
Precisamente este Foro germinado en Brasil en 1990 se ha propagado hacia toda Latinoamérica como símbolo de revolución y es el causante de este auge tan peligroso de la izquierda en la cultura, educación, movimientos sociales y políticos que decantan en votos de tontos útiles, violencia, autoritarismo y tiranías.
¿Qué hacer? Negarle la entrada a la izquierda en cada espacio posible, especialmente en las aulas como lo está haciendo el presidente brasilero, porque es allí donde los niños serán formados para ser insertados en la sociedad, el votante del futuro está en esos espacios recibiendo información sobre: Igualdad, género, lenguaje inclusivo, cero competencia, interculturalidad, Estado padre, gratis es mejor, más derechos y menos deberes, sabotaje a la educación de casa, colectivismo, despersonalización, hipersexualización, etc.
Escuela sin partido. Así han llamado al proyecto presentado ante el parlamento brasilero en 2018 para eliminar temas como: el género, la sexualidad, la raza y las minorías; en las discusiones de los estudiantes dentro de las escuelas. El paso que actualmente se crítica es la eliminación de textos escolares que hablan de estos temas, catalogándolo de crimen de odio hacia los grupos que lo representan y negación al pensamiento crítico.
Precisamente, el pensamiento crítico es lo que pretenden suprimir, al obligar a los niños a una educación basada en medidas antinaturales como el cambio de sexo o la homosexualidad, induciendo a la confusión, estrés y ansiedad. Un niño sometido a ideas que niegan su naturaleza, será un adolescente inseguro y un adulto incapaz de sostenerse emocionalmente por sí mismo porque no puede analizar la realidad.
Si un niño va a la escuela, dice que es Superman y trata de lanzarse del segundo piso para volar, inmediatamente será remitido a tratamiento psicológico; caso contrario sigue cuando el niño comienza a decir que es una niña atrapada en el cuerpo de un varón, porque en vez de tratamiento psicológico que oriente su desorden, se le remite al endocrino para recibir tratamiento hormonal. Obviamente el negocio no está en los disfraces de Superman, sino en los medicamentos que esta persona tendrá que tomar de por vida y que por ningún motivo son inofensivos. (Ver: EE. UU.: Miles de muertes asociadas con medicamentos administrados a niños ‘trans’).
La ideología de género es violencia psicológica hacia los niños porque promueve desórdenes mentales, mutilaciones, castración química e intervenciones quirúrgicas innecesarias. También, separa familias cuando su poder trasciende a la educación con “buenas intenciones” y obliga a quitarle la custodia a los padres que se nieguen a realizar la “transición” por medio de la fuerza estatal. Todo ello ocurre a diario y algunos padres ven como “inofensivo” que le enseñen un poco de sexualidad a sus hijos, por ejemplo.
Así está trabajando la ideología de género y el Foro de Sao Paulo en las escuelas y por eso es necesario ponerle freno mediante políticas de derecha.
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