
Como la moral se refiere al
respeto, entonces hace referencia a la dignidad humana, es decir, quien observa
el acervo moral en su comportamiento es virtuoso. Y quién adversa estas reglas
sociales, es al menos, deshonesto. La revisión de estas ideas se ha tratado de
codificar en reglamentos y leyes a lo largo de la historia. Pero, desde la
aparición del pensamiento liberal, el concepto de individualidad se ha
introducido como un elemento importante en la interpretabilidad de la
moral, que ahora puede ser examinada bajo la óptica del libre albedrío, que la
relativiza[2].
Es en la aparición del pensamiento liberal, mediante la exaltación y emancipación del concepto del individuo, que se rompe con el paradigma de la moral determinista y ésta pasa a convertirse en un tema de discusión en que la misma moral y la ética (como método de estudio de la moral) entran en revisión constantemente, ya que a partir de entonces la norma de interacción social, no debe limitar las capacidades creativas y la libertad del individuo, menos solaparlo delante de la sociedad en su conjunto, que es vista con recelo, y cuyo valor colectivo no es mayor al que pude tener un rebaño o manada[3].
Sin embargo, a las constantes revisiones que de la moral se ha hecho, es indudable que ésta se basa en la conservación de la dignidad de persona como tal. Así, aunque es claro que en más de una oportunidad la moral nos obliga en el ámbito de las buenas prácticas en oposición a nuestros verdaderos deseos en un momento dado, nos lleva a cumplir sin lograr la satisfacción plena, por lo que se pudiese llegar a tener un placer de baja calidad, extrapolando las ideas de Stuart Mill[4].
La moral (incluso la relativizada) tiene sus árbitros. En los tiempos presentes, éstos se encuentran representados por las modernas instituciones que juegan un rol fundamental en la sociedad democrática, y ponen de manifiesto sus códigos según los grupos de interés o de poder que éstas administran. Como por todos es sabido, generalmente las instituciones de la modernidad son corporaciones o más bien, cuerpos colegiados que reunidos y llegados al momento de convención, diseñan la praxis correcta, inspirados en modelos de gestión, que no son más que las normas morales y procedimentales acordadas por una institución dada[5].
Como se mencionó anteriormente, en la aparición del pensamiento liberal, principalmente en Rousseau la moral se debate entre la obligación y el fin. Se plantea entonces una tensión entre el télos y el deón que estructura toda investigación ética. Entonces, según esta tensión y la aparición de las ideas del individualismo liberal y del utilitarismo, la moral ya no debe verse articulada como un sistema procedimental determinista, sino como un medio para lograr la felicidad. Si la moral es implementada como freno a las potencialidades creadoras del ser humano, o para la circunscripción de las posibilidades de hacerse feliz en función de la satisfacción que pudiesen generar sus propios actos, habrá perdido también su vigor[6].

En este sentido, la amoralidad
está referida a la indiferencia y a la observación de las normas morales. La
amoralidad no es inmoralidad, puesto que la inmoralidad se refiere a la
violación de las normas morales con fines hedonistas-egoístas. La amoralidad
es, por otra parte, considerar innecesaria la influencia de la moralidad en la
toma de decisiones, siempre y cuando las decisiones no sean inmorales. En este
sentido, Williams (1972) en un ensayo que titula El hombre amoral,
indica que la cuestión “¿por qué yo habría de hacer algo?” ha sido planteada
desde siempre y expresa que así como el hombre es un animal social y aprueba socialmente
la moral y su praxis. Desde el punto de vista individual, el hombre tiende a
ser indiferente a ellas, porque rehúye del compromiso, ya sea por conveniencia,
ya sea por tedio.
Por otra parte, el mismo autor refiere que si bien la amoralidad es un proceso de la razón y de la conciencia del propio ser, lograr la consistencia en ella es muy difícil, pues sería muy difícil tener éxito o ser feliz siendo un asocial, situación que crearía un aislamiento que llegado a cierta profundidad, pudiese tocar la estupidez porque representa una estrategia muy torpe por parte del amoral-asocial. El hecho de que un individuo no se sienta identificado con las tradiciones, valores y realidades de su sociedad, es más común de lo que se piensa. Sin embargo, la mayor preocupación del individuo inteligente es generar ante la opinión pública más cercana, la imagen más positiva posible de él.
También Williams (1972), explica que los conceptos morales se arraigan muy profundamente en el individuo y en los procesos de socialización, por lo que emprender un proyecto de vida amoral es muy complicado. Poco a poco el amoral inteligente entendería que su estrategia lo llevaría a desarrollar comportamientos sociópatas y consecuentemente psicópatas, porque sus acciones sólo tendrían lógica, razón de ser o justificación ante la aprobación o reprobación de su grupo social más cercano. Además, es muy posible que sienta empatía, o comparta opiniones o mantenga amistad con otros individuos, y para poder fortalecer los vínculos con ellos, no puede sino tratarlos de forma moral, como una honra a su dignidad.
Referencias bibliográficas
Haines, W. (s.f). Consequentialism. [En línea]. Disponible:
http://www.iep.utm.edu/conseque/. Recuperado el 13 de 07 de 2014.
Maliandi, R. (2004). Ética: conceptos y problemas. México D. F.:
Deirós.
Rachels, J. (2007). Introducción a la filosofía moral. Buenos Aires:
Tremochet.
Singer, P. (1985). Ethics. [En línea]. Disponible:
http://www.utilitarianism.net/singer/by/1985----.htm. Recuperado el 13 de 07 de
2014.
Williams. B. (1972). Morality: An Introduction to
Ethics. Cambridge University Press.
[1] Rachels (2007).
[2] Maliandi (2004).
[3] Ibídem.
[4] Singer (1985).
[5] Ibídem
[6] Ibídem
[7] Haines (s.f).
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