Desde que Marx y Engels en su Manifiesto Comunista de 1848, propusieron el decálogo de medidas económicas, el siglo XX puede cómodamente denominarse “el siglo del marxismo”, ya que, casi todos los países del mundo se dejaron seducir por el Estado de bienestar y fueron dejando de lado el capitalismo, que nada más y nada menos, genera riqueza.
Bajo esta premisa, la ideología marxista ha pretendido la subsistencia de un statu quosocial absolutamente irracional. Así, propone que la mujer se iguale con el hombre tanto en lo público, como en lo privado; impregnando sus dimensiones corporales, psíquicas y espirituales con las actitudes, habilidades, ademanes y demás conductas masculinas impropias de una fémina. Esta despersonalización de la mujer no ocurrió de la noche a la mañana; el cambio de ama de casa, esposa y madre hacia la famosa “emancipación femenina” se debió en gran parte a las guerras de los siglos XVIII y XIX, a la revolución industrial y al dúo ideológico Marx-Engels.
Orígenes del feminismo. Al destruirse la generación de riqueza, el salario del hombre dejó de alcanzar para sostener a la familia. La mujer tuvo que salir a trabajar no por opción, sino por obligación; el marxismo ganaba terreno al enfrentar a marido y mujer por temas económicos, los conflictos domésticos eran inevitables. Al profesionalizarse y competir con el hombre en fuerza física, aguante y temple, la mujer endureció sus rasgos dóciles y maternales, para soportar todo lo que una guerra y una crisis económica implicaba: hijos arrancados de sus brazos, esposos fallecidos, trabajar para fabricar armas, limpiar heridas y cocinar para batallones.
Pero, para algunas, la victimización (preservada con la literatura a favor de la esclavitud femenina y proemancipadora) no es materializada. Las mujeres también se ensuciaron las manos, por ejemplo, entregando a las tropas a sus familiares masculinos, aceptando la indemnización que les daban a las féminas que quedaban como sustento del hogar. Por otro lado, se justificó el libertinaje sexual que reinó en ese proceso en el que muchas se convirtieron en adulteras, como excusa ante un esposo ausente que probablemente no volvería.
En este contexto, la supresión de las libertades individuales desarrolló en cada elemento interventor una parte siniestra de su ser. Las mujeres fueron el segundo frente de la guerra, lo que utilizó el socialismo para sembrar sus ideas de “reivindicación femenina” con las olas feministas posteriores. El marxismo y la guerra lograron deshumanizar a la madre, a la esposa y a la hija.
La mujer parásito. Desde que las circunstancias la arrojaron al espacio público, el poder político y social de la mujer ha sido mucho. Algunas han podido mantener de manera brillante, aunque a duras penas, un equilibrio entre lo público-privado y fieles a lo que se expresa en lo íntimo; otras, por el contrario, han sucumbido ante el sistema. Estas últimas son aquellas que se benefician de los programas sociales, pero son incapaces de hacerse independientes de él: lo necesitan. Creen dirigir su vida, pero no alcanzan superar la barrera del Estado para desarrollar sus capacidades. Son mujeres que sueñan, pero que no materializan más allá de lo que el Estado les permite. No responden ante los estímulos educativos y culturales porque no son libres. Ser ciudadana e incursionar a lo público no fue suficiente para decir que las mujeres lograron con éxito la independencia, ya que, no se continuó con el trabajo de romper con el sistema opresor.
Es importante reconocer las propuestas de izquierda y de derecha para las mujeres:
Tesis feminista. El marxismo dio un impulso a muchos movimientos proteccionistas que ya venían tomando forma, siendo uno de estos el feminismo. Necesario para mostrar a la mujer como un hombre mutilado, el feminismo se aferró a su única tesis: la igualdad de género, para lo cual era imprescindible la reincorporación al espacio público de un tipo de mujer: la víctima vengativa. A modo heroico, el feminismo coloca en la palestra cantidades de propuestas infructuosas, como la formación sólo de féminas, los derechos de la mujer, la lactancia materna, la participación femenina y protagónica, y muchas otras que sólo representan un gasto público más.
Tesis liberal. Tal como lo expresa Jonh Stuart Mill en su obra La emancipación de la mujer (1869) la única igualdad con la que se puede estar de acuerdo es la igualdad en la ley y ante la ley, siempre que esta sea para preservar los derechos individuales. De igual manera, está el amor propio, el que se ama a sí mismo se convierte en un ser útil para la sociedad.
Por otro lado, aunque se aplaude el logro de las primeras olas feministas para el acceso a la educación universitaria, el tipo de educación que se le ha dado a la mujer es lo criticable, pues no sólo se les ha impuesto cada vez más las ciencias solapando las humanidades (Sobre este aspecto en particular, recomiendo leer el maravilloso discurso de Martha Nussbaum al recibir el doctorado honoris causa de la Universidad de Antioquia en Colombia) y disminuido la capacidad para pensar, sino que la ideología de género (fruto del pensamiento feminista) ha hecho estragos en su afán de desconstruir el lenguaje, la educación, las relaciones familiares, la reproducción, la religión, la cultura, y todo lo imaginable para “liberar” a la especie humana y avanzar hacia el futuro. Desde los años setenta, se ha promovido un futuro ideado en la igualdad y las emociones, más que en la superación individual y la intelectualidad.
¿Qué es una mujer? Aunque es difícil o casi imposible establecer como imperativo categórico qué es lo “típicamente femenino” -así como lo “típicamente masculino”- una mujer es un individuo y eso es lo único que importa. Lo que haga, sueñe e inspire es responsabilidad de sí misma, siempre y cuando esté en plenas facultades mentales y comprenda lo que la ley universalmente exige: le impide hacerse daño a sí misma o a los demás con sus acciones y, por supuesto, la obliga a responsabilizarse por los perjuicios que ocasione.
Es un error afirmar que una mujer es sólo pasividad, abnegación, ternura, sensibilidad, amabilidad, paciencia, etc. y que un hombre sólo sea capaz de dominar el espacio público con independencia, egocentrismo, dominio, elocuencia, autoridad, poder, etc. Estas virtudes son sólo estereotipos impuestos y apoyados por aquellos que carecen de alguna de ellas, incapaces de ejercer control sobre su propia vida en virtud de sus capacidades.
Una mujer poco educada, privada de libertades, sin amor propio y condicionada al hogar es el sujeto perfecto de un sistema que necesita una sociedad embebida en la tarea de sobrevivir, en el que sólo las esferas de poder logran metas personales y profesionales.
El liberalismo defiende la feminidad y no el feminismo por lo antes expuesto. Queda de parte de las mujeres enfrentar responsablemente su identidad, asumiendo que son victimas del sistema que las oprime que no precisamente en pleno siglo XXI es el patriarcado.
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