Gobernabilidad
es una palabra compleja, etimológicamente se refiere a la habilidad de
gobernar. De acuerdo con Camou (2013), como el término es un sustantivo
abstracto, es decir, que designa cualidades o propiedades que deben habitar en
algo para existir, entonces, la gobernabilidad significa: calidad, estado o
propiedad de ser gobernable. Al entender a los
gobiernos como instituciones políticas, la gobernabilidad se referirá a la
capacidad de aplicar decisiones
en este campo de las relaciones societales y al estado de equilibrio o grado de
gobierno que se genera para una sociedad.
Existe una
relación entre gobernabilidad y la forma de gobierno de una nación (sea
república, democracia, monarquía, tiranía, etc.) que debe ser complementaria,
es decir, retroalimentarse. La gobernabilidad en democracia, entendida como
partidos, elecciones, parlamento, participación, control ciudadano,
instituciones, etc.; se desarrolla con unas condiciones mínimas: “depende de
una serie de acuerdos básicos entre las élites dirigentes, los grupos sociales
estratégicos y una mayoría ciudadana” (Camou, 2013, p14). Para detallar, según Bobbio
(1986) una forma de gobierno será considerada democrática sólo si se cumple
que:
-
Los sujetos involucrados
son personas mayores de edad, lo cual se entiende que son responsables de sus
actos y elecciones,
-
La toma de
decisiones se rige por el principio de la mayoría y,
-
Se encuentran garantizadas
un conjunto de libertades básicas (de información, opinión, reunión,
asociación, etc.) que aseguran a los involucrados elegir las opciones políticas
ya establecidas, sin que afecten sobre ellos mecanismos de coacción.
En los siglos XIX y XX la
democracia se consolida como una forma de gobierno posible en la sociedad, no
directa y participativa sino como representación y competencia entre los
partidos políticos para resolver temas referentes al Estado. Dichas bases son
las que ataca todo aquel que fomenta la antipolítica, al negar la
competitividad institucional y los controles de los abusos de poder y
corrupción, condición necesaria para darle la oportunidad a antinstitucionalistas,
militaristas, autoritarios, demagogos y oportunistas que favorecen a unos pocos
y dañan al resto de la ciudadanía.
Entonces,
gobernabilidad y democracia son un engranaje, dependiendo de las decisiones
tomadas en el ejercicio del poder político se le mide desde su eficiencia,
legitimidad e institucionalidad. Estas tres dimensiones suponen responder a la
ciudadanía de manera planificada, transparente, eficaz, diligente y respetuosa
a los intereses y necesidades comunes; la creación y vigilancia de amplios
acuerdos transparentes (nacionales e internacionales) que respeten los las
libertades individuales, consensuados con la ciudadanía, lo cual otorga
confianza en las decisiones gubernamentales, reflejadas en la rendición de
cuentas; y por último, responsabilidad, representatividad y control en el
ejercicio del poder alcanzado mediante elecciones libres.
Pero, como la
democracia es la desviación de la república (Aristóteles, III, 3, 1279b 5) y
existen registros históricos que la describe como una forma de gobierno
corrupta[1] gracias a
la práctica de la demagogia (ídem), se genera el gobierno tiránico (o despótico)
definido por Bobbio (1986) como “aquella forma de gobierno de un hombre, que
nace como efecto de la descomposición a la que ineludiblemente lleva el
gobierno popular” (p. 128), es decir, del proceso de elecciones se puede
perfectamente llegar a la tiranía, que surge de paulatina abolición del estado
de derecho y la degradación o inexistencia de la independencia de poderes
(propio de una república), sumado a las prácticas demagógicas de sus líderes que
incluye apelaciones a emociones, prejuicios, esperanzas y miedos del público
para ganar poder político, frecuentemente mediante el uso de la propaganda y la
retórica.
De este sistema pervertido, surge una élite
gobernante seducida por los privilegios del poder, cuyas prácticas demagogas
envilecen a la ciudadanía para hacerlos ver justos, buenos, responsables,
necesarios y filántropos. Son justos porque quitan a los ricos para darle a los
pobres, buenos porque de a poco ahogan al sistema que los oprime, responsables
porque se encargan de sectores de la población que nunca antes habían sido
atendidos, los mal llamados “desposeídos”; se consideran necesarios porque crean
una dependencia propia del Estado de bienestar ofrecido, además de que
revindica una lucha social común; y por último son humanistas, justicieros
sociales, la igualdad social es una de sus máximas, el rechazo al individuo
para enaltecer lo común. A éstos seres iluminados se les dio un nombre: la
nomenklatura.
En 1980, el historiador soviético Michael
Voslensky publica el libro La nomenklatura:
los privilegios de la URSS. En esta obra, se muestra el rostro del
verdadero poder de la URSS, unos setecientos cincuenta mil privilegiados que se
hicieron burgueses (sumados a sus familias resultaban ser el 1,5% de la
población rusa), incluyendo al autor. Explica así por nomenklatura: aquellos
que ocupan los puestos claves del enorme imperio de la URSS, los “explotadores”
del pueblo ruso.
¿Qué tipo de personas son las encargadas de
comandar tal poderío? En 1917, el partido bolchevique llega al poder vendiendo
la idea de que sería una revolución de obreros y campesinos ya que “el problema
capital de toda revolución, es sin duda, el problema del poder del Estado. Qué
clase social tiene el poder en sus manos: todo depende de eso” (Lenin cp. Voslensky,
1982, p. 48). En realidad, quienes llegaron al poder no fueron los obreros
pobres, sino los nobles, intelectuales y burgueses. Se crea así una nueva clase
dominante, que va en contradicción con lo expuesto por los mayores defensores
de la lucha de clases, sus maestros, Karl Marx y Federico Engels en el Manifiesto Comunista de 1848[2], cartilla
elaborada para que los socialistas del mundo lleguen al poder y destruyan al
capitalismo.
Según Volensky (1982) la nomenklatura gozaba
de numerosos privilegios que la hacía muy distinta al proletariado empobrecido:
apartamentos lujosos, comidas en restaurantes costosos, viajes por todo el
mundo, casas de campo, bonos mensuales, sueldos muy por encima a la media,
choferes, ropa de diseñador, joyas, carros lujosos y por demás, lo que
ambiciona todo político: mucho poder. Se crea así una élite burguesa con un
sentimiento resentido y vengativo del sistema capitalista, de la generación de
riqueza, de las libertades individuales, de la libre competencia; a pesar de
que practicaban un micro capitalismo en su organización como imperio, lo que la
hace una absoluta incongruencia entre la ideología y la práctica.
En este sentido, la oligarquía obrera no poseía
como ideología ni al marxismo ni al leninismo, sino las actitudes de la
nobleza, antigua clase dominante feudal rusa. Con características patrióticas,
privilegios y honores; ejercían el poder en el ejército, la economía y toda la
administración pública. Solo se valieron de la terminología socialista para
conseguir sus propios intereses. Ejercieron el poder viviendo como burgueses
pero criticando al capitalismo, sus instituciones y sus métodos para la
producción de la riqueza.
De esta manera, se crea una farsa que se repite
en cada uno de los modelos socialistas practicados en la historia, ya que,
luego de la muerte de Stalin, no dejó de existir. Con el advenimiento de
Krushev se creó una nueva nomenklatura, manteniéndose la antigua mientras se sometiera
a la de turno, existiendo un pacto implícito, que reflejaba el espíritu de
camaradería[3],
algo muy importante para mantener la corrupción, crímenes de diverso tipo y su
doble moral en secreto.
Por otro lado, renunciar a las prerrogativas
provenientes de la corrupción propia de este tipo de regímenes no era opción. Al
desplomarse la URSS las hermandades mutaron en mafias que mantuvieron el
control sobre el petróleo, tecnología y armamento; básicamente por lo que es
conocida Rusia hoy en día.
En este sentido, la URSS creía que los países
atrasados debían ser el frente de una “Revolución Mundial” con sede en Moscú,
entonces, la nomenklatura actúo y se esparció desde la Revolución Rusa (1917) hacia
la Revolución Mexicana (1911), Revolución Cubana (1953) y demás gobiernos
despóticos como Allende en Chile o Perón en Argentina. El odio en contra del
capitalismo (representado por los imperios, específicamente por EE.UU) fue
importado a Latinoamérica por el peruano Víctor Raúl Haya de la Torre,
entrenado por la III Internacional Socialista, Rangel (2009) explica que al
fundar la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) en México en 1924, se
instala este movimiento que no sería ni nacional ni internacional sino
latinoamericano y que tendría como objetivo la unidad social, económica y
política de la región, puesto que el sistema capitalista era “asfixiante”, a
saber:
En
América Latina, concluyó Haya, existía un sistema capitalista bastardo,
deformado, por lo cual no podía esperarse un desarrollo capitalista clásico,
conforme a los análisis y las predicciones hechas por Marx y Engels con
relación a Gran Bretaña, Francia o Alemania. Junto a una burguesía incipiente,
débil, vinculada no a un sector industrial nacional (inexistente), sino al
comercio de importación, coexistía un sector feudal, cuyos beneficiarios, los
latifundistas, ejercían en la práctica el poder político, aliados con los
ejércitos y con la iglesia. La industria, allí donde superaba el nivel de las
pequeñas manufacturas y artesanías, estaba en manos de capitalistas
extranjeros. Lo mismo la infraestructura básica, los ferrocarriles, las
instalaciones portuarias, etc. Las exportaciones se generaban, sobre todo por
la acción de este capitalismo extranjero, imperialista. (p. 189).
Lo expuesto por Haya de la Torre en la cita,
describe la típica actitud del resentido colonizado por un imperio. Es el buen
salvaje que lejos de conservar el advenimiento de la civilidad y tecnología a
su tierra, se quedó con las humillaciones a las que fueron sometidos sus
antepasados, encargándose de destrozar las relaciones internacionales de los
avances conseguidos, con el desarrollo de una revolución nacionalista por el
rescate de lo que “les fue robado” y que se traduce en involución, pobreza,
hambruna y enfermedad. Básicamente, la APRA establece lo siguiente: 1. Acción
contra el imperialismo yanqui, 2. Unidad de la América Latina, 3.
Nacionalización progresiva de tierras e industrias, 4. Internacionalización del
Canal de Panamá, y 5. Solidaridad de todos los pueblos y clases oprimidos.
(Rangel, 2009, p.190).
¿Cómo se logró esto? La nomenklatura supo
detectar que en todo país colonizado dependiente (por lo que no queda exenta
Latinoamérica) no se han superado los profundos “patrones sociales de
dominación y sumisión que le impusieron los conquistadores” (ídem, p. 135).
Lenin había hecho su propia ideología, inspirada en Marx pero diferenciándose en
cuanto a que la Revolución Mundial no debía darse en la metrópolis (era
ineficiente por verse seducida por reformas en niveles de vida y condiciones de
trabajo) sino en los países coloniales dependientes cuyo resentimiento hacia el
imperio dominante era explotable.
Se desarrolla así una latinidad que
desperdicia su energía en mantener vivo el pasado en el presente, siendo una
mala copia de los conquistadores, lo cual “reflejan simultáneamente nuestras carencias
y nuestros apetitos, lo que no somos y lo que deseamos ser, y que inventamos
por desesperación” (Octavio Paz cp. Rangel, 2009, p. 156). Una desesperación
que impulsa cada vez más el resentimiento y no el deseo de superación.
La nueva
nomenklatura Latinoamericana
Los partidos comunistas en Latinoamérica
nunca habían sido numerosos pero si influyentes, específicamente como escuela
de dirigentes políticos que luego harían activismo entre intelectuales y
artistas para hacer reformas no solo políticas y económicas, sino también
culturales (Rangel, 2009). La nueva nomenklatura no dejó de ser mafiosa:
evasión fiscal, malversación de fondos, sobornos y lavado de dinero son algunas
de sus características.
De acuerdo con Rangel (2009) la explosión
revolucionaria no precisamente se originó en los partidos comunistas ni
movimientos sindicalistas, realmente fue una lucha de clases contextualizada
entre latinoamericanos y anglosajones, que encajó perfectamente dentro de los
grupos subversivos como la guerrilla; organización que en los sesenta no
precisamente estaba conformada por gente salida de la montaña como fuerza
liberadora de algún tipo de opresión (acepción común del termino guerrillero),
sino que estaba integrada por un intelectual burgués o, en su mayoría, un
estudiante universitario socialista que nunca había pasado por una picada de
culebra o cargado peso.
Desde Cuba, la guerrilla sembró la semilla de
la nueva nomenklatura latinoamericana y se dedicaba, según Rangel (2009) a lo
siguiente:
El
problema reside en desconyuntar los ejércitos, desmoralizar las burguesías y
preparar las masas para tomar parte en la conquista del poder y en la
construcción de la nueva sociedad socialista. Ambas facetas del problema pueden
ser resueltas con un solo instrumento, cuya eficacia había sido demostrada en
Cuba: el foco guerrillero, el cual es superficialmente sólo un expediente
militar, pero que en realidad logra tres objetivos políticos decisivos: 1. Crea
la verdadera vanguardia revolucionaria, 2. provoca los ejércitos
nacional-traidores a una lucha para la cual no están preparados, y los destruye,
y 3. por su existencia y sus hazañas militares, politiza a las masas (son el
“motorcito” que pone en marcha el gran motor de las masas) con lo cual se
prepara el terreno para el último acto del drama revolucionario, la huelga
general o la insurrección urbana sobre las cuales se apoyará la toma del poder.
(p. 211).
La imagen del guerrillero revolucionario se
insertó en cada una de las personalidades oprimidas de Latinoamérica, al
parecer, la pobreza de la región es a causa de la burguesía, el capitalismo,
los americanos, la clase media; por lo que la lucha debe darse no solo
políticamente sino a través de las armas y la coacción (aunque ahora están
haciendo el trabajo en ambos campos, como el partido de las Fuerzas Armadas Revolucionarias
de Colombia – FARC o ejército del pueblo, fundado en 1964).
Sin embargo, siempre fue así, visto al
sistema desde la victima vengativa, la nomenklatura revolucionaria logró
permear tan vorazmente en el subconsciente de los ciudadanos, al punto de
olvidar atrocidades, no reconocer al trabajo y el ahorro como fuentes
generadoras de riqueza y aceptar que los beneficios del Estado son un derecho,
por lo que deben exigirse. De esta manera, ganan cargos públicos con votaciones
libres y acaban con los recursos de la región en beneficio propio; el mafioso
ruso se trasforma en un magnate guerrillero.
Los “oprimidos” convencidos de que debían
recibir compensación por no ser un país de primer mundo, presumieron que la
gobernabilidad de la nomenklatura no solo debía planificar, dirigir, ejecutar y
controlar las instituciones y los recursos sino, darles equitativamente a cada
quien lo que le corresponde sin esfuerzo alguno, solo por haber sido
colonizados. La dependencia de los desposeídos, coloca en un estado
privilegiado a la nomenklatura, lo cual, mediante el voto la legítima; sin
darse cuenta que cada vez más sus libertades son expoliadas.
En cuanto a las tres dimensiones de la
gobernabilidad en democracia como la eficiencia,
legitimidad y la institucionalidad, en la gobernabilidad de la nomenklatura
éstas se desenvuelven de la siguiente manera:
- Utilización
política de recursos económicos y oportunidades de alianzas estratégicas en
manos del Estado para persuadir, crear dependencias y no responsabilidad
individual. Posee desempeño corrupto, soborna a favor del apoyo al régimen
tiránico o, cuando menos, mediante el clientelismo político para manejar la
indiferencia ante su despliegue y consolidación.
- Emprende
el reconocimiento mediante la coacción defensiva e ideológicamente radicalizada
usando la democracia participativa y protagónica, en contra de la república liberal
representativa que se caracteriza por el imperio de la ley y las libertades
individuales, lo que permite la pérdida del Estado de derecho. También obtiene
legitimidad mediante el paternalismo.
-
Establecimiento de instituciones pervertidas,
cada vez más descontextualizadas del marco de la institucionalidad jurídico
política, los poderes ejecutivo, legislativo, judicial y electoral se
cohesionan con la fuerzas militares, la banca, telecomunicaciones, aduanas y
tributos; con el objetivo de fragmentar influencias y tejer sus propias redes y
alianzas que favorezcan a causa del régimen. Se crea un partido político único
que ayuda a la centralización del poder.
Estas dimensiones se combinan con algunas
acciones propias de sistemas despóticos, que en el camino de acumulación de
poder, abolen libertades con acciones progresivas emanadas de la guía de Marx y
Engels (2009) en contra de la propiedad privada, la descentralización, el
aumento de los impuestos, las nacionalizaciones, el adoctrinamiento por medio
de la educación pública y gratuita. Veamos algunas:
La
nomenklatura y el aumento del gasto público
La nomenklatura debe justificar su posición
en el poder. Poco a poco, el Estado se convierte en un cien pies que crece
tanto como la unificación de fuerzas (mediante pactos o negocios
comprometedores) lo hace posible, creándose las condiciones necesarias para que
tanto la ciudadanía como las instituciones competentes para ello, no puedan
fiscalizar las partidas.
Para detallar, se regalan viviendas equipadas
con muebles y electrodomésticos con años de gracia para cancelar, se pintan
viviendas gratis, se dan becas por ser madre, anciano, desempleado, niño,
indígena, discapacitado, deportista; se subsidian automóviles, cauchos,
baterías automotrices; se importa comida y medicinas ya que la producción
nacional la desaparecen, lo cual implica convenios internacionales
caracterizados por intercambios (petróleo por comida, por ejemplo), también se
otorgan créditos a diestra y siniestra y no hay control alguno sobre ninguna de
estas actividades paternalistas. Son múltiples las formas en las que la
nomenklatura demuestra su eficiente manera de obtener votos, es por ello que el
socialismo se autodenomina como democrático.
En este sentido, para lograr lo descrito
anteriormente, una de las maneras en que la nomenklatura obtiene los recursos
es siendo empresaria, sea por la expropiación de la propiedad privada, nacionalizaciones
o compra de empresas amenazadas por la presión estatal; lo cual hace posible la
tesis marxista de que la revolución debe hacerse dueña de los medios de
producción. La nomenklatura se hace dueña de una telaraña sistematizada de
planes paternalistas para “los desposeídos” pero, la realidad es que además de mantenerse
demagógicamente en el poder, la nomenklatura se hace millonaria al meterle las
manos al tesoro público y crea tales empresas como hechuras propias.
El proyecto estatizador de la nomenklatura
acude a los elementos más fundamentales de la sociedad para desestabilizarlos: salud,
justicia, seguridad, educación, abastecimiento de servicios y bienes de
consumo. Todo ello proveniente de la dependencia financiera con los recursos
propios del país, como por ejemplo, el mercado petrolero internacional y la
distribución de las rentas de la comercialización del petróleo en la sociedad.
Este cáncer termina haciendo metástasis. La
nomenklatura desarrolla lazos con organizaciones, empresarios, sindicatos y
otros gremios que ideológicamente son “opositores” pero ante la intervención
estatal en la economía, presión fiscal y beneficios por colaborar con el
régimen, ceden y por ende, se crean alianzas. Aquí se unen también las fuerzas
políticas, por ejemplo, entre socialismo y socialdemocracia no hay mucha
diferencia (socialismo carnívoro y socialismo vegetariano o light), de hecho
una es consecuencia de la otra. Al no existir una tradición republicana, que
gire en torno al ciudadano, donde el Estado es un subordinado de éste, se crean
las condiciones favorables para que con un esfuerzo planificado, sistemático,
organizado; la nomenklatura se injerte dentro del aparato público y destruya la
confianza en los sistemas democráticos.
La
nomenklatura y el uso del neolenguaje
Las acciones políticas de la nomenklatura
usan como instrumento al neolenguaje para dividir, glorificar, engañar y
confundir al público. Con la neolengua, la demagogia y la retórica; es posible que
la ciudadana logre aceptar frases como: guerra es paz, hambrientos pero
felices, esclavitud es libertad. George Orwell en su libro 1984 hizo uso de
ello para dejar en claro que el lenguaje es lo que nos hace humanos, pero
también logra deshumanizarnos. Es tan poderoso el uso del neolenguaje que se
pierde la autonomía de la vida cotidiana de los seres que padecen regímenes
tiránicos dominados por la nomenklatura.
Conclusión
La nomenklatura está llena de errores, abusos
y depredación del poder perpetrado por quienes han usado la vía del voto
popular para arruinar a un país. Sin embargo, los acuerdos, convenios,
contrataciones y demás compromisos contraídos la hacen eficiente, no para salir
del tercermundismo sino para alimentar sus propias fortunas. La república deja
de existir ante tanto despilfarro, la diáspora del ciudadano profesional
competente dejan desoladas las oportunidades de recuperación próxima, el ciudadano
se encuentra desmoralizado y las huellas de libertad se desaparecen en la
medida que la nomenklatura se afianza en el poder.
El temor a perder las dadivas de su micro
capitalismo los hace caer en la ilegalidad, la desinstitucionalización, lo perverso,
la censura, la represión, la violencia y cualquier otra atrocidad para callar
el clamor común. Son el espejo del titán Cronos de la mitología griega, que se
devoraba a cada uno de sus hijos por saber que algún día se insurreccionarían
contra él.
Se infunde así una oligarquía parasitaria y
resentida, pero eficiente en el pleno cumplimiento del objetivo socialista,
aunque no produzcan con sus propias manos ni un centavo de dólar. Todo ello es
llevado a cabo con la expoliación de la ciudadanía que la legitima con tal de
conseguir beneficios del paternalismo estatal y con la complicidad de los
camaradas a nivel mundial. No obstante, hay una solución, la gobernabilidad de
la nomenklatura se frena con república, con independencia de poderes, con
descentralización, federalismo, respeto al individuo, propiedad privada y libre
mercado.
Referencias Bibliográficas
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democracia. Recuperado el 09 de 10 de 2017, de
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1917. Madrid: Blibioteca Nueva.
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Voslensky, M. (1982). La
nomenklatura: los privilegios de la URSS. Barcelona: Argós.
[1] Tan sólo mencionar a Mateo
27:22 (Versión Reina-Valera 1960) en donde se cuenta el conocido relato en el
que Poncio Pilatos pregunta ante la gente a quien dejaría con vida, si a Jesús
o a un ladrón. Debido a que estaban cegados por las palabras del déspota, todos
prefirieron al ladrón. Tenemos más de 2000 años cometiendo errores de este tipo,
gracias a la vulnerabilidad del gobierno del pueblo, de la elección de la
mayoría.
[2] “El proletariado pasa por
diferentes fases de evolución. Su lucha contra la burguesía comienza desde su
nacimiento.” (Marx y Engels, 2000, p. 39).
[3] Camarada es una
palabra que proviene de la vida militar europea y está relacionada con la amistad
entre soldados. Fue tomada por la Revolución Rusa para eliminar los términos de
la nobleza como monseur (señor), madame (señora) y ciudadano. Poseía
connotación ideológica de tinte comunista y revolucionario, los presos
políticos no podían usarla. En Latinoamérica varió entre compañero y camarada
para los mismo fines. (Figes y Kolonitskii, 2001).
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