Otro de los pilares del liberalismo son las libertades individuales y políticas. Las principales son:
- La libertad de pensamiento, de conciencia y de expresión;
- El derecho a la vida y a la seguridad;
- La inviolabilidad del domicilio y de la correspondencia;
- El derecho a no ser condenado sin ser oído y vencido en juicio;
- El derecho a tener una nacionalidad, a salir de su país y a volver a él;
- La libertad de asociación y de organización;
- El derecho al sufragio y a las diversas formas de participación ciudadana,
- El derecho a la existencia de las minorías y de la libertad de la oposición.
Estas libertades y derechos se han ido enriqueciendo con otros a través del tiempo (se ha propuesto la garantía de la estabilidad de la moneda, por ejemplo). Especialmente los de carácter social forman parte de lo que son las declaraciones de los derechos del hombre.
Desde el principio, los liberales defendieron la libertad porque garantiza que el individuo despliegue su acción sin imposiciones de los que ejerzan el mando. Para detallar, en el liberalismo existen medios que posibilitan la libertad humana, John Stuart Mill en su texto Sobre la libertad habla de tres aspectos, afirmando que todo lo que afecta a un individuo ineludiblemente puede afectar a otros a través de él. El primer medio es el dominio de la conciencia, facilitado por la libertad para sentir y pensar sobre cualquier asunto práctico, especulativo, científico, moral o teológico. El autor expresa que tanto los gobiernos como los individuos tienen el deber de instituir, de manera cuidadosa, modos de pensar en torno a la verdad, sin utilizar medios coercitivos. Cuando ocurre lo contrario, los hombres se dejan tomar por la pereza de pensamiento, obran con aquello de lo no están seguros y se propagan libremente ideologías peligrosas para la humanidad.
En segundo lugar, se requiere de la libertad de gustos y de inclinaciones, ese tipo de libertad que posibilita la construcción de nuestras vidas haciendo lo que nos interesa, siempre y cuando midamos las consecuencias de nuestros actos sin hacerles daño a otros. Existe una disposición natural tanto de gobernantes como de ciudadanos de imponer a los demás opiniones y gustos como reglas de conducta. La libertad de hablar y escribir, por ejemplo, forman parte de lo que significa la tolerancia religiosa, la legislación y las instituciones libres.
El autor expone que para un tipo de persona hay condiciones específicas que le permiten su desarrollo espiritual. Esto quiere decir que no todos pueden compartir el mismo espacio, cada quien debe conseguir su lugar en el mundo, pues coexistir en la misma atmósfera moral es un error. “Las mismas cosas que ayudan a una persona a cultivar su naturaleza superior se convierten en obstáculos para otra cualquiera.” (Mill, Sobre la libertad, p. 81).
Las diferencias en placeres, gustos, sufrimientos, opiniones y reacciones son importantes, ya que esta diversidad conduce al hombre a conseguir enaltecimientos intelectuales, estéticos y morales. El autor hace distinción de que, por lo general, la mujer es señalada por lo que hace o deja de hacer, como si fuese un delito no actuar como los preceptos morales sociales lo indican. Ser fiel a los gustos sin el consentimiento de sus congéneres puede ocasionar detrimento de la reputación de las féminas. La tolerancia es el arma que deben tomar los ciudadanos para acepta las acciones influenciadas por los gustos particulares.
Por último, se encuentra la libertad de asociación y organización como, por ejemplo, la de negociación de las condiciones de trabajo (por ejemplo, nada de Ley Orgánica del Trabajo, ni imposiciones de jornadas de 8 horas, ni salario mínimo). Sin duda, resulta mejor que las cosas sean convenidas por los individuos y no por el gobierno de turno, ya que está en duda la eficacia de su intervención, excepto en algunos casos como la justicia. “Las operaciones del gobierno tienden a ser las mismas en todo lugar. Por el contrario, gracias a las asociaciones individuales y voluntarias se consigue una inmensa y constante variedad de experiencias” (Mill, p. 121) Entonces, una de las funciones del Estado podría ser la de divulgador de las experiencias individuales para que otros tomen nota de ellas y copien lo favorable.
Bajo inspiración de lo expuesto por Mill es posible afirmar que los hombres que ponen de manifiesto esta libertad hacen uso de su intelectualidad al conocer los diversos puntos de vista de las partes, conocer los asuntos de su entorno con mesura y perfeccionar su capacidad de negociación.
Entonces, una sociedad libre es aquella en la que se respeten cada una de las libertades descritas, que el gobierno de turno debe garantizar de manera absoluta. Conocer la libertad como aquella que termina donde comienza la de los demás es la mejor manera de entender el convivir entre todos pacífica y dignamente.
El fin del Estado es, por consiguiente, resguardar las libertades individuales, concediendo legalmente la mayor cantidad, asegurando la paz y vigilando que nadie sea capaz de cohibirle a otro el ejercicio de su libertad individual.
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