Sentirse
extraño en tu propia tierra es desconcertante. Hay quienes tienden a asegurar
que nacieron en el lugar equivocado. Venezuela ya no es digna para algunos,
pues les queda pequeña. A pesar de que aquí se encuentren enterrados sus
antepasados, se revivan los olores de la infancia o estén las caras más
queridas.
Nos
volvimos locos. Como
venezolanos, perdimos el rumbo al dejar el libre albedrío
descarriado y sin apego a la razón. En esta falsa “tierra de gracia” más de uno
toma la justicia por sus manos, decide el rumbo del otro o se desvanece en
profesiones impropias de una vida digna.
Si nos fijamos bien
-así como cuando sentimos que todo va lentamente-podemos observar que no hay
diferencia entre la mirada de un ciudadano común y un esquizofrénico: los
dolores y las pasiones están a flor de piel. Aquí la cordura se perdió y
reemplazó por una cerveza o por la famosa frase: “estoy jodido…pero bien”; todo
vale con tal de olvidar y embobar a la razón, que grita con desespero: ¡sin mí
están acabados!
Un ejemplo de
miles. Parte de aquellos que querían demostrar lo contrario y luchar, ya
no están físicamente con nosotros. Uno de ellos era mi amigo Roger Pérez, quien
amaba vivir, tanto que contagiaba; a la música, tanto que tenía una banda; a su
familia, tanto que los quería acomodar económicamente; al fútbol, tanto que lo
comentaba en radio; y a sus amigos, tanto que la distancia no era razón para
seguir queriéndolos. En 10 años de amistad nunca lo vi molesto, sólo sonrisas.
Ayudaba en casa, trabajaba, estudiaba, tenía planes a futuro; podría decirse
que a sus 26 años era un buen hombre, hijo, hermano y amigo.
Pero a Roger le
arrancaron la vida unos sin nombre. Me gustaría decir que fue al cielo, pero
-como todo el mundo- no sé qué hay después de la muerte, aunque mi deseo más
profundo es que haya encontrado la paz.
En
torno al cielo. La
vida es un espacio de tiempo efímero y tan valioso que muchas
personas no valoran. Algunos desarrollan caretas y personalidades falsas porque
creen que mostrando su verdadero yo, siendo auténticos, serán objetos de burla
y exclusión social. Muchos no se reconocen a sí mismos como seres capaces de
moldear sus vidas libremente y dignamente, ni mucho menos valoran al otro como
ser humano. Todo ello los hunde en una tristeza profunda, rencor, vicios,
delitos y muchas otras acciones que perjudican, tanto a la persona que lo
ejecuta como a sus semejantes. Todos estos seres mal llamados “humanos”,
¿merecen ir al cielo?
Vivimos en
una tierra sin ley, no de gracias sino de desgracias. Salimos a la calle, pero
no sabemos si regresaremos con nuestra familia. Muchos dicen: ¡Dios nos ha
abandonado! Pero es todo lo contrario, nosotros le hemos dado la espalda y lo
hemos reemplazado por un sincretismo absurdo, carente de sentido común y lleno
de ritos contra natura. Parte de la oscuridad en la que vivimos corresponde al
olvido de nuestro acervo cristiano.
Sin embargo,
Dios suele estar en la boca de la mayoría, por todo le agradecen, piden o
reclaman, pero ¿le tememos o nos creemos con más poder que Él? Recordemos que
el venezolano común se siente merecedor de la gloria solo porque nació en la
misma tierra que Bolívar. Este dato con un poquito de poder desencadena una
soberbia ridícula que solo merece dos cachetadas en la "jeta". Si le temiéramos
a Dios, no viésemos tantas atrocidades a diario en este país sin ley. La
llegada de su hijo que vino a redimirnos tiene más de 2.000 mil años, al menos
si nuestra fe se ha quebrantado -no es para menos-, tomemos los diez
mandamientos y condenemos justamente al que obre en contra de su semejante, más
nada, pero ¿qué nos ha apartado de eso?
En la carta
encíclica Redemptor Hominis, escrita en 1979 por San Juan Pablo II, se crítica
sobre la resonancia ética de lo que el hombre contemporáneo ha hecho consigo
mismo (distanciamiento de orden moral, justicia y amor social). La humanidad ha
sido inconsciente frente a lo elemental que es mantener la vida, pero no sólo
eso, sino también una vida buena. El rescate del principio de solidaridad, de
responsabilidad, defensa de los derechos humanos (a mi entender vida, propiedad
y libertad que comprende la libertad religiosa y libertad de conciencia) son
parte de la redención como exaltación de la dignidad que San Juan Pablo II
exhorta a desarrollar.
Lamentablemente,
en Venezuela las cosas han llegado a un punto insostenible. Podría echarle la
culpa al sistema –parte del detrimento social es por el sistema-, pero también
han sido los mismos ciudadanos quienes tomaron sus propias decisiones en cuanto
a la manera de criar a sus hijos o comportarse frente a la sociedad sin ninguna
referencia moral consistente.
Es tan grave la
situación que la muerte es algo normal, parte del pan de cada día, pero ¡no,
nojoda! ¡No es normal! este país parece el infierno en la tierra, lo
inhumano anda por ahí con cara, cuerpo y extremidades. No hay necesidad de leer
cuentos de terror o leyendas urbanas si todas se viven y cuajan aquí.
Mientras tanto,
espero que Roger haya subido al cielo y a los que aún seguimos aquí que Dios
nos agarre confesados.
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