Aristóteles
en su obra titulada Política, explica
que hay seis formas de gobierno, unos buenos y otros malos, a saber: la
monarquía, la aristocracia y la república; constituyen los gobiernos que
persiguen el bien común, fundamentan estados justos y se encuentran apegados a
la Constitución. Por otro lado, la tiranía, la oligarquía y la democracia; componen
la perversión de aquellos que son buenos, respectivamente. A estos gobiernos
pervertidos no les importa el bien común, sino los intereses particulares del
gobernante, imponiéndose por la fuerza, siendo la autoridad suprema despótica
a causa del alejamiento de la ley.
El
Estagirita indica que la tiranía es la peor y más perjudicial de las formas de
gobierno que propone, ya que el monarca termina actuando arbitrariamente en el
ejercicio del poder absoluto. La tiranía como la forma de gobierno menos
constitucional de todas, no solo se da por perversión de una monarquía, sino
también, a causa de las faltas y excesos de una oligarquía extrema o de una
democracia radical (IV, 1296a11), los otros dos gobiernos malos, ya que, dan
demasiado poder a determinadas personas, jefes del pueblo u oligarcas.
Analicemos un poco más ésta tiranía producto de dos formas de gobierno
pervertidas.
Aristóteles
habla de varios tipos de democracias: la primera, se refiere a que ni ricos, ni
pobres se someten entre sí por lo que existe igualdad política. La segunda,
trata de que las magistraturas son alcanzadas mediante el pago de tributos, no
muy elevados para que todos participen. La tercera se da cuando participan
aquellos ciudadanos no descalificados para ello. En la cuarta, todos los
ciudadanos participan en las magistraturas. En todas, la ley manda pero,
en la quinta clasificación, el pueblo se convierte en soberano y es quien
manda, los decretos son los soberanos y no la ley (IV, 1292a 23-25). De esta
quinta proviene la democracia radical, donde surgen los tiranos demagogos.
Entonces, en la democracia radical
el pueblo desconoce las leyes y a los ocupantes de cargos públicos se le suman
prácticas demagógicas que incluye apelaciones a emociones, prejuicios,
esperanzas y miedos del público para ganar su confianza y, por ende, lo que
ambiciona todo político: mucho poder. No muy alejado a lo que vivimos
actualmente, los políticos demagogos (politiqueros) se sirven de la fe y las
necesidades de los conciudadanos para prometer la mágica solución de los
problemas sociales.
Conocemos entonces, como es posible la transformación del
gobierno de los pobres al gobierno del déspota.
En este
sentido, el tirano es aquel monarca que se convirtió en demagogo pero, también
en oligarca. El tirano es un déspota que en pleno ejercicio del poder, posee
interés personal en la acumulación de bienes, dinero, lujos y territorios. Para
ello, hará uso de la fuerza adueñándose de lo que no es suyo (expropiaciones,
por ejemplo), está implicado en casos de corrupción y cualquier artimaña a su
beneficio.
Siguiendo con Aristóteles, para que el tirano para goce de sus riquezas, no
solo aplasta la soberanía de la ley, sino que se rige de tres principios básicos
(V, 1314a15):
1. Los ciudadanos deben pensar poco
2. Reina la desconfianza de unos con
otros
3. Se imposibilita la acción ciudadana
Sobre este
particular, en primer lugar, el déspota necesita de la ignorancia del pueblo ya
que, son los pensantes, los críticos, los que reflexionan; quienes conspiran
contra la tiranía (ya con esto podemos entender la eliminación de los estudios
humanísticos en gobiernos tiránicos, pues son éstos los que facultan para
pensar y discernir). La tiranía trunca a los sobresalientes y egoístas
(aquellos que alimentan su individualidad, sueños e intereses), la educación es
por tanto, su aliada, ya que la modificarla bajo sus condiciones para defender
sus intereses. Las capacidades y virtudes, consideradas como elementos para que
los ciudadanos adquieran confianza en sí mismos son mutiladas mediante la
degradación de la cultura.
En segundo
lugar, al desconfiar los unos de otros, mediante el levantamiento de calumnias
que generan discordia, no existen fuerzas conjuntas para derribar al poder, por
tanto, la amistad queda también mal vista. Para lograrlo, el tirano posee
espías que alarman cualquier reunión o asociación entre ciudadanos dificultando
la conspiración. También, implica acabar con las clases superiores ya que, según
Aristóteles son los que más se resisten al despotismo y los más leales.
Y, en tercer
lugar, la tiranía sale mediante la acción ciudadana, específicamente por el uso
de la fuerza (entonces, ¿seguiremos pensando que una tiranía sale con votos?).
Acabar con la fuerza implica la generación de condiciones empobrecedoras y
extenuantes, pensadas para esclavos al mantenerlos ocupados en sus trabajos y
no puedan conspirar. Como dicen por ahí: ¡en la unión está la fuerza!, el
tirano lo sabe y hará todo lo posible para que los ciudadanos sucumban en
problemas de toda índole, gasten energías no para planificar y ejecutar
estrategias que ayuden a salir del despotismo sino en sobrevivir.
De esta
manera, Aristóteles nos indica que las tiranías se derrocan con la ciudadanía
pensando, con fe en sí mismos y con fuerza; porque al final, el tirano no
velará por el bien común, ni verá a sus conciudadanos como iguales ante la ley,
más por el contrario, no escuchará las demandas ciudadanas. El sometimiento de
la ley a sus caprichos hace que el resto se convierta en súbditos, siempre preferirá
tener de aliados a los extranjeros y no a los conciudadanos, por considerar a
aquellos amigos y éstos enemigos. (V, 1314a14).
Por otro
lado, Aristóteles también explica que como segunda forma de conservar la
tiranía, se debe mostrar como un administrador y no como un déspota. Los
intereses propios deben ser camuflados como los intereses del colectivo, por
tanto, muestra una falsa careta bondadosa que se encarga de los menesteres
públicos. Podría deducirse que en la actualidad, los gobiernos tiránicos
muestran esta faceta usando las características de una administración “democrática”,
es decir, la dependencia de los desposeídos, coloca en un estado privilegiado a
la tiranía, lo cual, mediante el voto la legítima; sin darse cuenta que cada
vez más sus libertades son expoliadas.
La tiranía se muestra como un gobierno transparente,
eficaz, diligente y respetuoso a los intereses y necesidades comunes, pero no
lo hace con independencia de poderes sino creando sus propias instituciones,
sus leyes, sus condiciones, elije a dedo a sus representantes y sus aliados son
aún más peores.
En este
sentido, Aristóteles indica que como el Estado es una asociación política a la
que tienden los hombres naturalmente en búsqueda del bien común, que es la
unión de sus miembros para lograr la felicidad y establecer la justicia; la
tiranía es la forma de gobierno cuyo fin no es el Estado, sino los intereses
particulares de uno o unos pocos, lo que menos desea es el bien común, la
felicidad la obtiene sólo unos pocos y la ley no es soberana, por tanto lo que
se considera como el más inestables.
En la medida
que la ciudadanía entienda que el poder se le da a quienes presenten propuestas
apegadas a la ley, sin jugar con las libertad y la dignidad humana, que los
demagogos son un peligro porque presentan soluciones fáciles a problemas
graves, que la educación y la cultura son los sistemas por donde se permean
tales intenciones tiránicas y que el Estado no posee facultades milagrosas para resolverle la vida a cada uno de sus ciudadanos, en tanto a que mientras más
limitado, será mejor; así se frenará el levantamiento de gobiernos despóticos.
Referencias Bibliográficas
Aristóteles. (1988). Política. Madrid: Gredos.
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